sábado, 9 de agosto de 2008

LUCHA REYES: nostalgia de tu voz




Era una vez...Este es un cuento peruano sin final feliz. Era una niña fea y negra llamada Lucila Sarcines. Había nacido en una casa pobre y tenía 16 hermanos. Cierta noche, su padre abandonó el hogar y jamás hubo noticias de él; desde entonces, fue infancia fue tan miserable que ella sólo soñaba con ser feliz.
Un día Lucila se hizo llamar Lucha Reyes...y cantó. Su voz irradiaba tanta angustia, sufrimiento y desesperanza que el pueblo la convirtió en su ídolo: la llamaron la Morena de Oro de la Canción Criolla.
Este es un cuento criollo...Ella no cantaba. Lucha Reyes lloraba. Cada canción que interpretaba parecía haberse inspirado en su propio dolor: en los desamparados, en los niños que fueron abandonados entre sueños utópicos, sin promesas de felicidad. Lucha Reyes sufrió como miles de mujeres pobres de las periferias de Lima.
Este es un cuento triste donde no hubo hadas madrinas que inventaran princesas hermosas, que le quitaran a Lucila las ropas ajadas que envolvían su dolor, su olor y sabor a pobre; en sus sufrimientos jamás intervino su ángel de la guarda, parecía estar de jarana.
Lucha Reyes, lavaba ropa para evitar que su madre muriese; sin embargo ésta falleció en un callejón, más pobre y más vieja. Fue empleada doméstica, cantaba de cantina en cantina para poder mantener a su familia. Muchos de sus hermanos murieron de tuberculosis y de hambre. De niña fue canillita, y durmió en las calles cuando abandonó el hogar materno porque su padrastro era malvado. Lucha corrió y vivió en los barrios más pobre de Lima, en los callejones más peligrosos.
Tampoco hubo príncipes encantados que la despetasen con un beso. Su primer amor la abandonó por otra mujer, bella, más femenina, menos negra. Ella lo siguió amando en silencio. Su segundo amor, también la dejó. Su último amor-- su lazarillo cuando quedó casi ciega antes de morir--, le juró amor eterno, pero esta vez fue Lucha quien lo abandonaría, definitivamente, para siempre.
Este cuento pudo tener final feliz: tuvo dos hijos. Ella, pudo ser un talento más perdido entre miles de desamparados, pero su voz, inigualable, se impuso ante los desprecios, ante la falta de oportunidades. Muchos lograron que cantara gratis, y algunos, se enriquecieron con su dolor, porque Lucha dejaba en cada canción su espíritu resquebrajado, casi muerto. Pero Lucha fue indulgente ante la codicia de empresarios ambiciosos que se aprovecharon de su buen corazón, porque para esta negra del pueblo, el canto era parte irremplazable de su existencia
Jamás fue feliz, cuando tuvo fama y dinero, siempre sufrió por los pobres del Perú. Lucha había sido como aquellos, compartía sus añoranzas, sus angustias, la pena de no soñar con muñecas de trapo sino con comida decente, con abrigo, con hogar. Algunos la llamaban santa, y se persignaban cuando conseguían tocarla; otros, más pobres y más "suertudos", lograban que ella les diera dinero de su propia mano.
La fatalidad ensombreció su destino, inclusive hasta en los supuestos mejores años de su vida. Cuando la fama abrazó su talento, la traicionera tuberculosis perforó sus pulmones, pero se salvó porque el Señor de Los Milagros se apiadó de nosotros y nos permitió que todavía nos cantase su última canción: " Siento desfallecer en mí la inspiración. Cuando a mi voz ya cansada por el tiempo le llegue el momento de decir adiós cantando esta canción...No habrá resentimiento aquí dentro de mi alma. Ninguna nota triste, sólo habrá sonrisas en mi corazón. Esta será tal vez mi última canción".
Luego, la despiadada diabetes aniquiló su corazón, ya no resistió más, y un ataque la hizo ascender a los cielos el 31 de octubre de 1973. Fue una estrella fugaz, un destello en la oscuridad.
La llamaron la Lucha del Perú. Ricos y pobres cantaban sus canciones. Ricos pobres la amaron. Una mujer negra y fea, con peluca plateada, fue capaz de unir esos dos mundos opuestos.
Patrones y empleados, obreros y ejecutivos, barrenderos y alcaldes, la custodiaron en su recorrido desde el sentir de los Barrios--el primer local donde interpretó sus canciones--, hasta el cementerio El Angel. Algunos periódicos de la época publicaron que más de 50 mil personas la acompañaron a su última morada, al compás de valses y el llanto de guitarra.


Hace 37 años, una mañana con olor a incienso, cuando la Lima jaranera comenzaba a celebrar el Día de la Canción Criolla, murió Lucha Reyes. Desde entonces, nadie ocupó su lugar, nadie cantó Regresa con la misma angustia. Su vida se convirtió en leyenda y los lugares que recorrió comenzaron a ser venerados por cientos de fanáticos. El Perú del norte, centro y sur cantaba con ella al escucharla en los discos de vinilo. Era increíble que la televisión la hubiera hecho famosa, a ella que no tenía un rostro hermoso ni una silueta perfecta. Sólo Lucila Sarsines hizo llorar a ese Perú de todas las sangres.
Había muerto la niña- mujer que no soñaba que le canten Happy birthday to you, que sólo deseaba disfrutar de la vida, que lloraba en cada suspiro. La realidad es una paradoja, por eso, éste es un cuento peruano que estaba predestinado a no tener un final feliz.
Ps. En este cuento no hay moraleja ni colofón. Artículo publicado el domingo 31 de octubre de 1999, en la página de espectáculos del Diario Oficial El Peruano

domingo, 13 de julio de 2008

historias de vida y amor en el asilo


Vida de soltero. Nicolás, Nicolás, ¿por qué nunca te casaste?, me cuestionan siempre. ¡Bah!, no entienden que tenía la obligación de cuidar de mis ancianos padres. Inclusive ellos insistían en la urgencia de mi matrimonio, pero no, me enterqué y quedé soltero.
Claro que me enamoré de mujeres preciosas que no entendieron mi cariño y se casaron con hombres menos guapos que yo. También es cierto que estoy solo, que mis nueve hermanos fallecieron y que este 1 de enero cumpliré 80 años.
La habitación 16 del pabellón 8 custodia mis recuerdos. Pero no todos los inquilinos son bonachones como yo, por eso los agrupo entre contentos y amargados. Las rabietas en mi edad son normales, pero algunos compañeros son renegones y no se asocian. ¿No serán amargados de nacimiento?
La vida es simpática, pero los ancianos padecemos de innumerables enfermedades que la hacen menos placentera. Igual hay que vacilarnos y conversar con los amigos, pasear, disfrutar del aroma de las flores y piropear a las enfermeras.
Mi amigo Leopoldo Guillén a sus 94 años toca el arpa, y es alegre, bromista y conversador. En cambio, otros refugian sus temores y tristezas en la apatía y la disconformidad.
A nuestra edad, la visita de la muerte está anunciada. Mira, fui de los primeros “abuelitos” del Canevaro, llegué a los tres años de su fundación. Los de mi “promoción” partieron de a poquitos, apenas quedamos algunos para contar historias sobre la trayectoria de esta institución.
Sentí una gran depresión cuando mis padres murieron. Sólo el cariño de los vecinos y las chicas guapas de Barrios Altos arrancaron sonrisas a mi soledad. Pero, un accidente automovilístico y la sentencia del estudio social sobre mi caso me enviaron aquí.
Llegué en muletas, caminé a fuerza de ejercicios. Aunque los dedos de mi pie izquierdo fueron amputados, con el talón bailo tecnocumbia y valses.
Me pongo triste sólo cuando no me visita la cariñosa Maricarmen, mi nieta adoptiva. Ella vive en Miraflores, a sus padres les simpatizo y me engríen. Díganle que no venga hoy, porque no me encontrará, pues, todos estamos invitados a una fiesta organizada por unos señores dadivosos de La Molina.
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El amor a veces tarda. Mi coquetería renació al descubrir que aún era hermosa. El amor me flechó cuando almorzaba con él, entonces decidí casarme.
Me imaginaba con un lindo vestido blanco –no importaba que fuera viuda– y a él elegante, enfundado en un traje azul. Unimos nuestras vidas el sábado pasado, esa mañana la asistenta social cubrió mis cabellos blancos con tinte. Desde ese día, nadie se imagina que Zenaida Palomino Salazar tiene 72 años. Mi esposo, un hombre honorable, serio y tímido, se llama Nicanor Seminario Wiesse y tiene 68 años. Lástima que el fotógrafo no traiga las fotos aún, no se imagina los preciosos que nos vimos.
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Los embajadores criollos. Me llamo Manuel Calmet Cordero, tengo 77 años, apenas hace dos años ingresé en el Canevaro. Tampoco tengo familia, pero mis inseparables amigos me acompañan siempre. ¡Qué más puedo pedir...!
Con Carlos Flores Quevedo (de 72 años) y Moisés Martínez (de 73) compartimos la devoción por la Lima jaranera de mediados de siglo y la sinfonía de talentos de la música criolla que deleitaron nuestros oídos.
Una papeleta de salida permite ausentarnos por horas del hogar adoptivo. Pero sólo nos adjudicamos ese honor los lúcidos. Los tres reunimos ese requisito. La única condición es volver de día y sin evidencias de haber cometido travesuras.
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Distinguido señor. Camino siempre orondo enfundado en mi elegante traje plomo y sobrellevo con dignidad el abandono de mis hijos que viven en Alemania.
Una pensión en Breña fue mi última trinchera. Recién cuando definitivamente el dinero escaseó decidí recibir la ayuda de la Beneficencia.
Como trabajé como publicista y periodista, ahora soy un entusiasta colaborador del periódico mural. Si alguien tiene a bien donarme unos dientes postizos para mostrarles mi auténtica sonrisa y volver a comer con elegancia, puede preguntar por José León Nogeda, aquí todos me conocen.


Pd.Con gran esfuerzo .Pese a las evidentes dificultades, el Hogar Ignacia Rodulfo de Canevaro trata de cumplir con su principal objetivo: la atención integral del anciano, es decir su alimentación, atención médica y el cariño que acaso les falte. Si desea colaborar con esta institución puede acercarse al jirón Madera 399, Rímac, frente al Paseo de Aguas
En caso de producirse el deceso de algún anciano, el hogar se hace cargo del sepelio y, además, designa un nicho perpetuo.


sdf