sábado, 10 de marzo de 2012

Marquitos


MI hermano Marcos y sus nuevos socios

MI familia ---simpatizante con la fe de los Testigos de Jehová-- no era devota de los cumpleaños--. Estos pasaban casi desapercibidos. A veces apenas un almuerzo, alguna bebida gaseosa y un vinito. NO nos visitaban ni los amigos ni los familiares. No había abrazos ni felicitaciones entre padres e hijos.
En nuestra niñez mi madre apenas se esforzaba en preparar el plato favorito del cumpleañero. Era yo quien le hacía recordar esas fechas.
El cumpleaños de mamá nos sorprendía en vacaciones de medio año y yo cocinaba. Aprendí a cocinar gracias a que mi hacendosa madre siempre me daba indicaciones bien tempranito antes de partir.
Era feliz al sentirme útil y ayudar en la casa, en reemplazarla como única hija mujer. Sin embargo, como una ama de casa infantil sentía que mi labor no era valorado: mis hermanos no se esforzaron en ayudarme en la limpieza de la casa sin una orden paterna.
Era mi hermano mayor, Marcos el más bueno de los hermanos; y sin embargo, el más perezoso en las labores domésticas. No obstante, Ezequiel y yo lo divinizábamos, pero no éramos los únicos, los chicos del barrio lo tenían como líder. Su popularidad y simpatía eran admiradas por los vecinos y sin embargo el chico de la sonrisa espectacular odiaba tender su cama, recoger sus platos y menos lavar su ropa. Y aunque, Ezequiel odiaba limpiar la casa y lavar los platos, pero esosí, su ropa sólo lo lavaba él. Su infantil vida social le exigía vestirse pulcro. Por eso desde niño aprendió a lavar la ropa mejor que mi mamá y su técnica en el planchado es algo aún no logro aprender. Como buen Testigo de Jehová que es, sus ternos son impecables. Y aún hasta ahora no permite que nadie se encargue del cuidado de sus prendas.

Los cumpleaños eran --salvo la hora del almuerzo-- un día cotidiano. Jamás abrimos regalos en esas fechas. Los regalos llegaban siempre de sorpresa. Preferentemente a fin de año, cuando mi padre obrero de Sayón recibía orgulloso las libretas de sus estudiosos hijos. Los maestros lo felicitaban con un gran abrazo y recuerdo con melancolía su alegría: una felicidad recibida con la humildad que siempre lo ha caracterizado. Y sin embargo, era en esas fechas en que se olvidaba de la regla de ahorro al extremo. Y en una acto de no tener tino para elegir regalos adecuados para niños de 10 y 8 años, nos regaló una máquina de coser, que jamás utilizamos y que se malogró por falta de uso. Sin embargo, la maquina de escribir fue una regalo que apreciamos. Ya en nuestra juventud, cuando las computadoras aún eran carísimas, nos regaló una. Felicidad entre nosotros.

Escribo sobre los cumpleaños porque el destino se ha encargado de hacerme olvidar el mío. Hubo una época que aprendí a recibir regalos y hasta había asimilado festejarlo, clandestinamente pero con la felicidad que se amerita. Y son testigos algunas y algunos buenos amigos que me acompañaron en las celebraciones, que tuvieron que aprender- al principio- a festejarlo con bostezos en algunas cafeterías sanmarquinas con queque y café.

Vienen a mi mente, estos recuerdos ya que justo un 3 de noviembre mi sobrino Marquitos murió después de 30 días de agonía. Lo enterramos un 4 de noviembre, en mi cumpleaños. Y makitos fue un niño espectacular, alguien que todos los días me demostraba que Dios existía. Markitos era feliz, muy feliz, pese a la hidrocefalia que sólo logró ser controlada después de 8 operaciones antes de cumplir los 2 meses de nacido. Nos sonreía siempre pese a que sus piernas eran inútiles y tenía que usar pañales de por vida.
Era alegre pese a que los dolores estaban presentes a cada hora. Yo lo amaba porque su sonrisa me hacía feliz, porque su voz a veces era celestial. Yo lo amaba porque él me hacía creer más en Dios. Y lo amaba, porque pese a su enfermedad e inundar mis recuerdos con la tristeza de un hospital, él era un ángel.
Su breve vida me hizo valorar más la mía. Me hizo pensar en que Dios siempre quiere algo de nosotros y no que nosotros esperemos mucho de él.
Por eso cada 4 de noviembre, día de mi cumpleaños recuerdo que estoy viva para ayudar no para pedir.
Y sin embargo, la pena por su ausencia me hace no sonreír, no querer vivir esas fechas.
Lo extraño, Markitos era un ángel que nos visitó para hacernos ver que la vida es bella, porque pese a algunos padecimientos nuestras piernas funcionan y que pese a los problemas estamos vivos y fuertes para encontrarle una solución.
Lo que más me sorprendió fue que cuando Marquitos estaba vivo, más sano que nunca-- en agosto del 2000-- le dijo a su padre: “ No llores cuando muera. Pronto Moriré. Tres meses después nos abandonó antes de cumplir seis años.

Pero sus palabras, su alegría su fe en Dios viven en nosotros. Ese fue su regalo de cumpleaños para su única tía. Mi cuñada es hija única.

viernes, 9 de marzo de 2012

HERENCIA




“Lo mío es patológico”, siempre pensé eso. Y de hecho una visita obligada al psiquiatra estaba en la agenda impostergable este año. Sin embargo, echando un vistazo a los recuerdos de mi niñez, comprendí que era hereditario, lo llevo en los genes gracias a mi padre “ el rey del regateo”. Mi padre ha sido siempre un hombre ahorrador, no tacaño, nada miserable, pero ahorrador al extremo. Recuerdo, que de niña tomar una coca cola era un lujo, una bebida que ni siquiera era de fin de semana. La asocio más a cumpleaños o a visitas de familiares muy cercanos. Y de hecho mi padre no bebía cerveza, no porque no le gustara, si no por no gastar. No lo recuerdo borracho ni con un vaso de cerveza en la mano. Y sin embargo, el vino era para él un placer beberlo en ocasiones muy especiales. Y claro de “Picadito”, con lo rico que era, ahí no se medía, compraba un poquito más y lo compartía con sus hijos y esposa. De ahí mi pasión por los vinos.

Y sin embargo, Leoncio-- así se llama él-- es el más responsable de los padres. Siempre llegaba puntual de su trabajo a casa: a las 4 de la tarde, de lunes a sábado. Ni un minuto después. Y sólo faltó en 35 años de trabajo el 21 de marzo de 1994, el día que se casó su primogénito. Con permiso y con tarjeta incluida. Mi padre, creo es el más fiel de los esposos. Supongo, sólo supongo. Pero pruebas contundentes tengo: Llegaba todos los días a la misma hora, y los domingos, su día de descanso, acompañaba a mi madre en su negocio. Incluso ahora trabajan juntos en su panadería. Siempre paseaba con mamá y con nosotros. No salíamos mucho al circo o a los juegos mecánicos, pero a los que sí fuimos los recuerdo como si fueran ayer. Esas imágenes son inolvidables. Quizás recuerde muchos detalles, porque aprendí de niña a valorar los momentos de diversión. Mi papi siempre nos llevaba de paseo. Pero no nos llevaba en su auto, porque no tenía. No nos movilizaba en micro, porque había que ahorrar para construir la casita. Sin embargo, nos compraba las zapatillas más caras y durables—mínimos cinco años—con las cuales deberíamos emprender nuestros maravillosos e inolvidables paseos a Lurín y Pachacamac . Y en verano a las playas del sur. Mi padre nos hizo aprender a disfrutar de las caminatas y de pasar momentos en familia. Y siempre nos hablaba de que desde muy niño abandonó el hogar paterno para trabajar en las minas y en las carreteras. Yo siempre escuchaba sus historias y de hecho he heredado todos sus defectos y el amor por las caminatas y lastimosamente, ese don del ahorro al extremo. Supongo que soy de las que prefieren caminar cuadras antes de pagar un sol. Supongo que prefiero un libro usado a uno nuevo y de hecho, prefiero—cuando me animé por fin a contratar un servicio de cable—el limitado Cable Más al increíble y fascinante mundo de Directv. Y de hecho mi celular, Siemes de fines de los 90, es una vergüenza según mi Mechita. Pero es útil y prepago. Además estoy duada con toda la familia y gente vinculada al negocio. Ahora, que tengo un negocio soy multifacética: soy la jefa, la administradora y la empleada más eficiente. Digo esto, porque este negocio es temporal. Me gusta sólo un poco, pero prefiero ahorrar para emprender uno más relacionado con lo que estudié: periodismo. Por eso hago el trabajo de tres personas. Y de hecho, puedo pagar a una empleada, pero ese dinero prefiero ahorrarlo para así salir más rapidito de este rubro.

De mi padre aprendí a disfrutar del arte de pedir rebaja. Escribo disfrutar, porque mi padre goza aún pidiendo rebaja. De niños, le encantaba comprar con descuentos en las ferias escolares, en el mercado y en las tiendas. Iba orondo de tienda en tienda, con sus tres chamacos en busca de zapatosdurables y resistentes al polvo y la arena, pero a un precio que él consideraba justo. Y de hecho lograba descuentos increíbles, no caía pesado y hasta se hacía amigo de los vendedores.

De mi madre, aprendí a vender. Ella sabE negociar con los clientes y de hecho es de las pocas que no se dejan convencer con rebajar su mercadería. Tiene un don pero ese don lo heredó mi hermano Marcos. Yo sólo aprendí sus truquitos, su pasión, pero no tengo el don que mi hermano nos regodea en la cara cada vez que maneja su carro del año y su próspera panadería. Sus hijos, lindos ellos, son todo lo contrario a nosotros: odian caminar y el ahorro no es parte ni de sus vidas ni de su vocabulario.

jueves, 8 de marzo de 2012

MUJER


Hoy en el mundo se celebra la equidad --entre hombre y mujer ---como un deseo, como un derecho, como una gran posibilidad de ocurrir en un futuro cercano. Hoy no es un día para celebrar, hoy es un día para continuar esforzándonos para que eso sea posible, prontito, muy prontito. Todo lo demás es pura novela, pura moda, puro teatro.

domingo, 15 de enero de 2012

MI AMIGA SARA




Sara y yo no sòlo èramos la mejores amigas sino cómplices en travesuras colegiales."Feliz 28 ¡ Pero no el patriòtico, sino el de las inocentadas", era nuestro saludo en esos inolvidables años escolares cuando el día de los inocentes era fecha esperada con ahìnco y con prisa. Demasiadas seguras y muy emocionadas aprovechàbamos esos días "somnìferos" que confluyen entre unos después de las navidades y unos antes del fin del año en los cuales los compañeros --aùn con resaca navideña--andan ansiosos por los exámenes finales .

Fue 5to año el más memorable, no por ser el último, sino porque tuve a la mejor cómplice: Sara Amelia Gutiérrez Rojas, mi mejor amiga, hermana y compañera. Sara no era una alumnita cualquiera. Sara no era una adolescente común y hoy que es día de su cumpleaños—4 de enero—la recuerdo con más amor filiar que antes. En un salón de más de 35 alumnos había un consenso: todos amábamos y admirábamos a Sarita—así la llamábamos, así la llamamos aún.



Recuerdo a Sara como la niña más dulce, más tierna, más inteligente y el amor platónico de todos los chicos. Y aunque ella era considerada la Santa del colegio y reina absoluta de todos los reinados por primavera, sus coqueteos eran una picardía propias de su juventud. Su fama, belleza y ternura arrasaban entre las historias más contadas del colegio Manuel González Prada. Y yo era su mejor amiga. Sara y yo teníamos planes, muchos planes. Pero mientras tanto hacíamos travesuras en los salones. Sara jamás estaría entre las sospechosas ni jamás pisó el salón de castigos. Por eso, nuestras travesuras iniciales fueron pegar cartelitos en las espaldas de los chicos y las chicas más populares. Frases como “ te gusto”, “ qué me miras” “ A mí me llaman Natacha” “ o Odiamos a Mandingo-el profesor de Ed. Física”—circulaban orondos entre los pasillos. Esos fueron nuestras primeras bromitas previas al 28 de diciembre.

Un día antes nos reunimos en mi casa y envolvíamos los regalos para cada uno de nuestros compañeros. Para los que eran chicos sanos sin nada peculiar le envolvíamos chocolates. A Figueroa cuya fama de “ pollito”era su tortura, le dimos chapitas de cerveza. A Segundo, bandido y abusador de los chicos más débiles, le obsequiamos un sucio cepillo de dientes con una caricatura donde resaltábamos su diente salido y uno que le faltaba. A la linda y bella Tere un espejo para que contemplara su agraciado rostro. Y así, cada quien abría su regalo, con las carcajadas de los demás, fui un día inolvidable. Todos querían recibir un chocolate, por eso abrían sus regalos con la esperanza de que la inocentada sólo fuera ajena y no propia.

Sara era traviesa, pero su dulzura y esa voz angelical eran su coraza, su arma secreta.

Los profesores la amaban y admiraban no por ser bella no ser inteligente. La amaban por ser valiente. Sara es la mujer más valiente que conozco, por eso agradezco a Dios haberme hecho su amiga y compartir su dolor. Sara desde los 8 años de edad padeció de la dolorosa artritis crónica. Tuvo que abandonar el colegio a los 13 años de edad cuando el dolor era insufrible, el peso de su adolorido cuerpo destrozaban sus frágiles piernas y caminar era un sueño que anhelaba en esos dìas cuando enferma y demasiado triste para ir al colegio se atrincherò en su cama. Obligada a abandonar a sus amigos y amigos de toda la vida se resignò tambièn a olvidar las tareas escolares y las lecturas que la llevaban a mundos desconocidos.

Aún agradece a a esa señora que hablò a su mamá de aquel doctor japonés de nombre Omote que curaba la artritis. Omote era era exclusivo: “ Sólo tratamiento, sólo vegetales, nada de nada”, le dijo el japonés cuando la conociò. Sara aprendiò a querer y comprender al doctor que cambió su vida: Octavio Omote, el que cura con cama magnética, con tomas de yerbas que él mismo prepara y con una estricta dieta vegetariana.

Y desde ese día su resquebrajada salud fue floreciendo poco a poco. Sara fue feliz entre enfermos y pacientes y amorosos jóvenes que cuidaban de ellos. Se hizo amigo de todos. Ahí también todos la amaban. Y aún muchos la extrañan. Sara iba todos los días y todos los días y tardes y noches dormía en las camas magnéticas que cambiaban sus días de dolor por días más tranquilos y poco a poco, como quien aprende a caminar empezó a dar nuevamente sus primeros pasos. En ese año su corto cabello creció hasta alcanzar el larguísimo largo que hasta ahora enmarca ese rostro de ensueño, esa sonrisa que las modelos más cotizadas envidiarían. Y desde esos años no come carne, es vegetariana por vocación.

Era un primero abril, no recuerdo el año, Sara después de años de caminar con ayuda o de ser cargada por sus primos hasta el colegio, hizo su entrada a pasos firmes al colegio Manuel González Prada entre la admiración y alegría de sus profesores y esos compañeros de primaria y secundaría que había abandonado por salud.

Sara, entró a nuestro salón y todos la quedamos viendo. Llevaba una chompa de lana color blanco, unos ganchitos blancos que sujetaban su larguísimo cabello negro y una larga falda escolar color gris. Y los chicos, todos, toditos se enamoraron de ella, algunos en silencio y otros se le declaraban sin pudor.

Pero Sara nos sorprendió a todos por su belleza interior, esas que parecen cliché. En verdad Sara hizo de nuestros últimos años escolares especiales. Era ella el centro de toda la atención. La nombramos con toda la confianza del mundo tesorera, era nuestra vocera oficial ante los reclamos frente a las injusticias de la plana docente y directiva, era la reina de belleza en primavera y era la mejor amiga de todos. Y de hecho era la más bonita en todas las fiestas, ella no se perdía ni un cumpleaños y todas las chicas imitaban su look. Su belleza era tan natural que nadie sentía envidia de ella, solo admiración.

Siempre estuvimos juntas, no sólo en nuestras bromas, sino en nuestra venganza contra el “Mandingo” el abusivo profesor de educación física, cuyo Hobby era jalar a todos los alumnos. Y nos las tenía jurada y cumplió su promesa. Nos jaló con roche y todo. Y con roche y todo fue nuestra venganza, más de mi parte que de Sara. Sara no quería venganza ella invocaba a Dios para la justicia. Pero yo creía más en el poder de Sara para convencer a nuestros compañeros para colocar todas las plantas que arrancaríamos de su jardín en macetitas en su oficina, esa que nos obligaba a pintar. Y los compañeros accedieron, dejamos sin una sola planta su hermoso jardín.

“Mandingo”, quien vivía cerca de nuestras casas, nos había exigido remodelar su oficina y ante mi negativa de comprar plantas por ser caras él nos respondió:” arranquen plantas de los jardines ajenos”. Y así lo hicimos. Claro, que no reconoció sus plantas y nos felicitó por eficientes. Al día siguiente exigió justicia en la dirección. Ni Sara ni yo aceptamos nuestra responsabilidad. El no tenía pruebas. Juró venganza y así lo hizo. Nos hizo llorar. Nos puso la vergonzosa nota de 05 en educación física. Sin embargo, nuestra venganza fue más cruel hasta el punto de que casi logramos su expulsión. Pero eso es otra larga historia.

Sin embargo, cuando Sara y yo hacíamos planes para ir juntas a la universidad, ella enfermó. Postularíamos juntas y nunca nos separaríamos. Enfermó en abril gravemente. Ya no éramos escolares y ya habíamos abandonados las aulas. Por diversión y por descuido comió carne, jugó carnavales, usó ropa ligera que enfrió sus articulaciones hasta que la maldita artritis rebrotó con crueldad. La arrinconó nuevamente en su cama sin fuerzas para siquiera dar unos pasitos para recibirnos, sin siquiera conciliar el sueño por el dolor. Sara recayó y el dolor era aún más intenso. La tristeza se apoderó de quienes la queríamos.

Sara volvió donde Omote, siguió el tratamiento nuevamente. Pero esta vez no sería un año, si no unos más: “ recaída es más largo y doloroso de sanar. Ordené nada de carne, nada de desarreglos”, decía Omote molesto. Fueron años en que Sara nos recibía en su casa, siempre con esa sonrisa que nos hacía feliz y nos hacía extrañarla aún más. Siempre hemos sido amigas, por eso hoy que es su cumpleaños, quiero escribir sobre ella, recordar por qué es mi amiga y porque nos queremos como hermanas. Mejor dicho quiero escribirle que no la he olvidado y que pese a la distancia aún recuerdo su amistad como en esos años en que hacíamos travesuras, escribíamos poemas que vendíamos en las clases del profesor de literatura. En esos años escolares y todos los años que estuve en la universidad donde su casa fue mi segundo hogar, donde aprendí a quererla aún más, no sólo a ella sino a su hermosa familia: todas mujeres, todas lindas. Todas, las mejores hermanas que has podido tener. Y ellas también están orgullosas de ti. Como lo estamos todos los que te queremos. Feliz cumpleaños Sarita.