domingo, 13 de julio de 2008

historias de vida y amor en el asilo


Vida de soltero. Nicolás, Nicolás, ¿por qué nunca te casaste?, me cuestionan siempre. ¡Bah!, no entienden que tenía la obligación de cuidar de mis ancianos padres. Inclusive ellos insistían en la urgencia de mi matrimonio, pero no, me enterqué y quedé soltero.
Claro que me enamoré de mujeres preciosas que no entendieron mi cariño y se casaron con hombres menos guapos que yo. También es cierto que estoy solo, que mis nueve hermanos fallecieron y que este 1 de enero cumpliré 80 años.
La habitación 16 del pabellón 8 custodia mis recuerdos. Pero no todos los inquilinos son bonachones como yo, por eso los agrupo entre contentos y amargados. Las rabietas en mi edad son normales, pero algunos compañeros son renegones y no se asocian. ¿No serán amargados de nacimiento?
La vida es simpática, pero los ancianos padecemos de innumerables enfermedades que la hacen menos placentera. Igual hay que vacilarnos y conversar con los amigos, pasear, disfrutar del aroma de las flores y piropear a las enfermeras.
Mi amigo Leopoldo Guillén a sus 94 años toca el arpa, y es alegre, bromista y conversador. En cambio, otros refugian sus temores y tristezas en la apatía y la disconformidad.
A nuestra edad, la visita de la muerte está anunciada. Mira, fui de los primeros “abuelitos” del Canevaro, llegué a los tres años de su fundación. Los de mi “promoción” partieron de a poquitos, apenas quedamos algunos para contar historias sobre la trayectoria de esta institución.
Sentí una gran depresión cuando mis padres murieron. Sólo el cariño de los vecinos y las chicas guapas de Barrios Altos arrancaron sonrisas a mi soledad. Pero, un accidente automovilístico y la sentencia del estudio social sobre mi caso me enviaron aquí.
Llegué en muletas, caminé a fuerza de ejercicios. Aunque los dedos de mi pie izquierdo fueron amputados, con el talón bailo tecnocumbia y valses.
Me pongo triste sólo cuando no me visita la cariñosa Maricarmen, mi nieta adoptiva. Ella vive en Miraflores, a sus padres les simpatizo y me engríen. Díganle que no venga hoy, porque no me encontrará, pues, todos estamos invitados a una fiesta organizada por unos señores dadivosos de La Molina.
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El amor a veces tarda. Mi coquetería renació al descubrir que aún era hermosa. El amor me flechó cuando almorzaba con él, entonces decidí casarme.
Me imaginaba con un lindo vestido blanco –no importaba que fuera viuda– y a él elegante, enfundado en un traje azul. Unimos nuestras vidas el sábado pasado, esa mañana la asistenta social cubrió mis cabellos blancos con tinte. Desde ese día, nadie se imagina que Zenaida Palomino Salazar tiene 72 años. Mi esposo, un hombre honorable, serio y tímido, se llama Nicanor Seminario Wiesse y tiene 68 años. Lástima que el fotógrafo no traiga las fotos aún, no se imagina los preciosos que nos vimos.
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Los embajadores criollos. Me llamo Manuel Calmet Cordero, tengo 77 años, apenas hace dos años ingresé en el Canevaro. Tampoco tengo familia, pero mis inseparables amigos me acompañan siempre. ¡Qué más puedo pedir...!
Con Carlos Flores Quevedo (de 72 años) y Moisés Martínez (de 73) compartimos la devoción por la Lima jaranera de mediados de siglo y la sinfonía de talentos de la música criolla que deleitaron nuestros oídos.
Una papeleta de salida permite ausentarnos por horas del hogar adoptivo. Pero sólo nos adjudicamos ese honor los lúcidos. Los tres reunimos ese requisito. La única condición es volver de día y sin evidencias de haber cometido travesuras.
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Distinguido señor. Camino siempre orondo enfundado en mi elegante traje plomo y sobrellevo con dignidad el abandono de mis hijos que viven en Alemania.
Una pensión en Breña fue mi última trinchera. Recién cuando definitivamente el dinero escaseó decidí recibir la ayuda de la Beneficencia.
Como trabajé como publicista y periodista, ahora soy un entusiasta colaborador del periódico mural. Si alguien tiene a bien donarme unos dientes postizos para mostrarles mi auténtica sonrisa y volver a comer con elegancia, puede preguntar por José León Nogeda, aquí todos me conocen.


Pd.Con gran esfuerzo .Pese a las evidentes dificultades, el Hogar Ignacia Rodulfo de Canevaro trata de cumplir con su principal objetivo: la atención integral del anciano, es decir su alimentación, atención médica y el cariño que acaso les falte. Si desea colaborar con esta institución puede acercarse al jirón Madera 399, Rímac, frente al Paseo de Aguas
En caso de producirse el deceso de algún anciano, el hogar se hace cargo del sepelio y, además, designa un nicho perpetuo.


sdf