domingo, 15 de enero de 2012

MI AMIGA SARA




Sara y yo no sòlo èramos la mejores amigas sino cómplices en travesuras colegiales."Feliz 28 ¡ Pero no el patriòtico, sino el de las inocentadas", era nuestro saludo en esos inolvidables años escolares cuando el día de los inocentes era fecha esperada con ahìnco y con prisa. Demasiadas seguras y muy emocionadas aprovechàbamos esos días "somnìferos" que confluyen entre unos después de las navidades y unos antes del fin del año en los cuales los compañeros --aùn con resaca navideña--andan ansiosos por los exámenes finales .

Fue 5to año el más memorable, no por ser el último, sino porque tuve a la mejor cómplice: Sara Amelia Gutiérrez Rojas, mi mejor amiga, hermana y compañera. Sara no era una alumnita cualquiera. Sara no era una adolescente común y hoy que es día de su cumpleaños—4 de enero—la recuerdo con más amor filiar que antes. En un salón de más de 35 alumnos había un consenso: todos amábamos y admirábamos a Sarita—así la llamábamos, así la llamamos aún.



Recuerdo a Sara como la niña más dulce, más tierna, más inteligente y el amor platónico de todos los chicos. Y aunque ella era considerada la Santa del colegio y reina absoluta de todos los reinados por primavera, sus coqueteos eran una picardía propias de su juventud. Su fama, belleza y ternura arrasaban entre las historias más contadas del colegio Manuel González Prada. Y yo era su mejor amiga. Sara y yo teníamos planes, muchos planes. Pero mientras tanto hacíamos travesuras en los salones. Sara jamás estaría entre las sospechosas ni jamás pisó el salón de castigos. Por eso, nuestras travesuras iniciales fueron pegar cartelitos en las espaldas de los chicos y las chicas más populares. Frases como “ te gusto”, “ qué me miras” “ A mí me llaman Natacha” “ o Odiamos a Mandingo-el profesor de Ed. Física”—circulaban orondos entre los pasillos. Esos fueron nuestras primeras bromitas previas al 28 de diciembre.

Un día antes nos reunimos en mi casa y envolvíamos los regalos para cada uno de nuestros compañeros. Para los que eran chicos sanos sin nada peculiar le envolvíamos chocolates. A Figueroa cuya fama de “ pollito”era su tortura, le dimos chapitas de cerveza. A Segundo, bandido y abusador de los chicos más débiles, le obsequiamos un sucio cepillo de dientes con una caricatura donde resaltábamos su diente salido y uno que le faltaba. A la linda y bella Tere un espejo para que contemplara su agraciado rostro. Y así, cada quien abría su regalo, con las carcajadas de los demás, fui un día inolvidable. Todos querían recibir un chocolate, por eso abrían sus regalos con la esperanza de que la inocentada sólo fuera ajena y no propia.

Sara era traviesa, pero su dulzura y esa voz angelical eran su coraza, su arma secreta.

Los profesores la amaban y admiraban no por ser bella no ser inteligente. La amaban por ser valiente. Sara es la mujer más valiente que conozco, por eso agradezco a Dios haberme hecho su amiga y compartir su dolor. Sara desde los 8 años de edad padeció de la dolorosa artritis crónica. Tuvo que abandonar el colegio a los 13 años de edad cuando el dolor era insufrible, el peso de su adolorido cuerpo destrozaban sus frágiles piernas y caminar era un sueño que anhelaba en esos dìas cuando enferma y demasiado triste para ir al colegio se atrincherò en su cama. Obligada a abandonar a sus amigos y amigos de toda la vida se resignò tambièn a olvidar las tareas escolares y las lecturas que la llevaban a mundos desconocidos.

Aún agradece a a esa señora que hablò a su mamá de aquel doctor japonés de nombre Omote que curaba la artritis. Omote era era exclusivo: “ Sólo tratamiento, sólo vegetales, nada de nada”, le dijo el japonés cuando la conociò. Sara aprendiò a querer y comprender al doctor que cambió su vida: Octavio Omote, el que cura con cama magnética, con tomas de yerbas que él mismo prepara y con una estricta dieta vegetariana.

Y desde ese día su resquebrajada salud fue floreciendo poco a poco. Sara fue feliz entre enfermos y pacientes y amorosos jóvenes que cuidaban de ellos. Se hizo amigo de todos. Ahí también todos la amaban. Y aún muchos la extrañan. Sara iba todos los días y todos los días y tardes y noches dormía en las camas magnéticas que cambiaban sus días de dolor por días más tranquilos y poco a poco, como quien aprende a caminar empezó a dar nuevamente sus primeros pasos. En ese año su corto cabello creció hasta alcanzar el larguísimo largo que hasta ahora enmarca ese rostro de ensueño, esa sonrisa que las modelos más cotizadas envidiarían. Y desde esos años no come carne, es vegetariana por vocación.

Era un primero abril, no recuerdo el año, Sara después de años de caminar con ayuda o de ser cargada por sus primos hasta el colegio, hizo su entrada a pasos firmes al colegio Manuel González Prada entre la admiración y alegría de sus profesores y esos compañeros de primaria y secundaría que había abandonado por salud.

Sara, entró a nuestro salón y todos la quedamos viendo. Llevaba una chompa de lana color blanco, unos ganchitos blancos que sujetaban su larguísimo cabello negro y una larga falda escolar color gris. Y los chicos, todos, toditos se enamoraron de ella, algunos en silencio y otros se le declaraban sin pudor.

Pero Sara nos sorprendió a todos por su belleza interior, esas que parecen cliché. En verdad Sara hizo de nuestros últimos años escolares especiales. Era ella el centro de toda la atención. La nombramos con toda la confianza del mundo tesorera, era nuestra vocera oficial ante los reclamos frente a las injusticias de la plana docente y directiva, era la reina de belleza en primavera y era la mejor amiga de todos. Y de hecho era la más bonita en todas las fiestas, ella no se perdía ni un cumpleaños y todas las chicas imitaban su look. Su belleza era tan natural que nadie sentía envidia de ella, solo admiración.

Siempre estuvimos juntas, no sólo en nuestras bromas, sino en nuestra venganza contra el “Mandingo” el abusivo profesor de educación física, cuyo Hobby era jalar a todos los alumnos. Y nos las tenía jurada y cumplió su promesa. Nos jaló con roche y todo. Y con roche y todo fue nuestra venganza, más de mi parte que de Sara. Sara no quería venganza ella invocaba a Dios para la justicia. Pero yo creía más en el poder de Sara para convencer a nuestros compañeros para colocar todas las plantas que arrancaríamos de su jardín en macetitas en su oficina, esa que nos obligaba a pintar. Y los compañeros accedieron, dejamos sin una sola planta su hermoso jardín.

“Mandingo”, quien vivía cerca de nuestras casas, nos había exigido remodelar su oficina y ante mi negativa de comprar plantas por ser caras él nos respondió:” arranquen plantas de los jardines ajenos”. Y así lo hicimos. Claro, que no reconoció sus plantas y nos felicitó por eficientes. Al día siguiente exigió justicia en la dirección. Ni Sara ni yo aceptamos nuestra responsabilidad. El no tenía pruebas. Juró venganza y así lo hizo. Nos hizo llorar. Nos puso la vergonzosa nota de 05 en educación física. Sin embargo, nuestra venganza fue más cruel hasta el punto de que casi logramos su expulsión. Pero eso es otra larga historia.

Sin embargo, cuando Sara y yo hacíamos planes para ir juntas a la universidad, ella enfermó. Postularíamos juntas y nunca nos separaríamos. Enfermó en abril gravemente. Ya no éramos escolares y ya habíamos abandonados las aulas. Por diversión y por descuido comió carne, jugó carnavales, usó ropa ligera que enfrió sus articulaciones hasta que la maldita artritis rebrotó con crueldad. La arrinconó nuevamente en su cama sin fuerzas para siquiera dar unos pasitos para recibirnos, sin siquiera conciliar el sueño por el dolor. Sara recayó y el dolor era aún más intenso. La tristeza se apoderó de quienes la queríamos.

Sara volvió donde Omote, siguió el tratamiento nuevamente. Pero esta vez no sería un año, si no unos más: “ recaída es más largo y doloroso de sanar. Ordené nada de carne, nada de desarreglos”, decía Omote molesto. Fueron años en que Sara nos recibía en su casa, siempre con esa sonrisa que nos hacía feliz y nos hacía extrañarla aún más. Siempre hemos sido amigas, por eso hoy que es su cumpleaños, quiero escribir sobre ella, recordar por qué es mi amiga y porque nos queremos como hermanas. Mejor dicho quiero escribirle que no la he olvidado y que pese a la distancia aún recuerdo su amistad como en esos años en que hacíamos travesuras, escribíamos poemas que vendíamos en las clases del profesor de literatura. En esos años escolares y todos los años que estuve en la universidad donde su casa fue mi segundo hogar, donde aprendí a quererla aún más, no sólo a ella sino a su hermosa familia: todas mujeres, todas lindas. Todas, las mejores hermanas que has podido tener. Y ellas también están orgullosas de ti. Como lo estamos todos los que te queremos. Feliz cumpleaños Sarita.